La renuencia al cambio en escuelas pequeñas con larga trayectoria: comprensión y reflexión

La educación es un campo construido sobre la tradición. Durante generaciones, las escuelas pequeñas han sido pilares de sus comunidades, fomentando relaciones estrechas entre maestros, estudiantes y familias. Sin embargo, mientras el mundo fuera del aula se ha transformado a un ritmo sin precedentes —en lo digital, lo social y lo pedagógico—, muchas escuelas pequeñas con larga trayectoria siguen mostrando resistencia al cambio.

Esta renuencia no nace de la terquedad ni de la incompetencia. Más bien, a menudo proviene de creencias profundamente arraigadas sobre lo que debería ser la educación, reforzadas por años —a veces décadas— de éxito comprobado (aunque gradualmente menguante). Si los métodos han funcionado en el pasado, ¿por qué arreglar lo que no está obviamente roto?

Pero ahí radica el reto sutil: el mundo ha cambiado, aunque los métodos escolares no lo hayan hecho. Los estudiantes de hoy interactúan con la información de manera diferente. La tecnología ha transformado la forma en que nos comunicamos, aprendemos y pensamos. Las expectativas sociales sobre la educación han evolucionado. Y sin embargo, en muchas escuelas pequeñas fundadas antes del cambio de siglo, siguen vigentes los mismos planes de clase, herramientas de enseñanza y hábitos institucionales, a veces defendidos con una cortesía que disimula su rechazo, o con frustración cuando se cuestionan.

¿Por qué sucede esto? ¿Y cómo podemos abordar esta resistencia con empatía, sin dejar de fomentar la reflexión?

La comodidad de lo familiar

Los seres humanos somos criaturas de costumbre. Cuando un sistema funciona —o al menos parece hacerlo—, es natural seguir con él. Muchos docentes en escuelas pequeñas consolidadas han pasado años perfeccionando su oficio, desarrollando rutinas que les brindan confianza y comodidad. Sugerir que esos métodos podrían necesitar una actualización puede sentirse como una crítica implícita a toda su trayectoria profesional.

También está el tema del tiempo y la energía. Cambiar requiere esfuerzo: aprender nuevas tecnologías, rediseñar los planes de estudio, adaptarse a diferentes dinámicas en el aula. Para los maestros que ya están al límite por las exigencias de una escuela pequeña (donde el personal suele cumplir múltiples funciones), la idea de transformar por completo su enfoque puede resultar abrumadora.

“Los maestros enseñan, no aprenden” — ¿Una mentalidad equivocada?

Una posible raíz de esta resistencia es la creencia no dicha de que los maestros son guardianes del conocimiento, no estudiantes permanentes. Si un educador ve su papel únicamente como el de impartir instrucción, en lugar de adaptarse junto con sus estudiantes, el crecimiento profesional puede estancarse.

Esto no significa que los maestros con experiencia no se preocupen por mejorar —muchos sí lo hacen—. Pero cuando el desarrollo profesional se presenta como algo opcional en lugar de esencial, es fácil postergarlo indefinidamente. La ironía, por supuesto, es que los mejores maestros siempre han sido aprendices de por vida. Los educadores más eficaces se adaptan porque reconocen que la enseñanza no es estática; es un diálogo con los tiempos.

La ilusión de que “lo que funcionó antes todavía funciona ahora”

Otro factor es la naturaleza lenta y gradual del deterioro. Un método que antes daba excelentes resultados puede seguir funcionando… pero con menos eficacia que antes. Debido a que la disminución es paulatina, es fácil no notarla. La participación estudiantil puede disminuir, pero si las calificaciones siguen siendo aceptables y los padres no se quejan, no hay una presión inmediata para cambiar.

Sin embargo, el “suficientemente bueno” es un estándar peligroso en la educación. El mundo avanza, y los estudiantes merecen una preparación para el futuro que van a heredar, no para el pasado que recuerdan sus maestros.

Fomentar la reflexión sin juzgar

Entonces, ¿cómo podemos fomentar una apertura al cambio sin alejar a quienes encuentran consuelo en la tradición? La respuesta está en presentar la evolución no como un rechazo del pasado, sino como una extensión del mismo.

  1. Reconocer lo que sí funciona
    Comienza por reconocer las fortalezas de los métodos existentes. Ningún sistema carece completamente de mérito, y los educadores con experiencia poseen una sabiduría que no debe descartarse. El objetivo no es desmantelar, sino refinar.
  2. Enfocarse en las necesidades de los estudiantes
    Cambia la conversación de “Así lo hemos hecho siempre” a “¿Qué necesitan nuestros estudiantes ahora?”. Cuando el diálogo gira en torno a los resultados para los estudiantes en lugar de a los hábitos institucionales, la resistencia suele disminuir.
  3. Reformas graduales
    El cambio no tiene que ser drástico. Introducir una herramienta nueva, experimentar con una sola estrategia de enseñanza actualizada, o incluso simplemente fomentar un diálogo abierto sobre los desafíos modernos puede sembrar las semillas para transformaciones más grandes.
  4. Modelar el aprendizaje continuo
    Los líderes educativos deben encarnar la adaptabilidad. Cuando los docentes ven que sus colegas o directivos adoptan nuevas ideas con curiosidad en lugar de miedo, se genera un ejemplo poderoso.

Reflexión final

La resistencia al cambio no es exclusiva del ámbito educativo —es una tendencia humana—. Pero las escuelas, más que ningún otro lugar, deben ser espacios de crecimiento: tanto para los estudiantes como para los educadores. Los métodos del pasado cumplieron su función, pero aferrarse a ellos únicamente por costumbre perjudica al futuro.

Quizá la pregunta más importante no sea “¿Por qué deberíamos cambiar?”, sino “¿Qué podríamos ganar si lo intentamos?”. Incluso las actualizaciones más pequeñas, si se abordan con apertura, pueden reavivar la alegría de enseñar y aprender. Y al final del día, ¿no es eso lo que realmente significa educar?

22 marzo 25

 

Jason F. Irwin

For nearly 20 years, I have been deeply involved in education—designing software, delivering lessons, and helping people achieve their goals. My work bridges technology and learning, creating tools that simplify complex concepts and make education more accessible. Whether developing intuitive software, guiding students through lessons, or mentoring individuals toward success, my passion lies in empowering others to grow. I believe that education should be practical, engaging, and built on a foundation of curiosity and critical thinking. Through my work, I strive to make learning more effective, meaningful, and accessible to all.

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